viernes, 7 de noviembre de 2014

Hablar con la boca llena de miedos es de mala educación.

Madrid se ha puesto a llorar 
como el prólogo del final. 
De nosotros. 
Como en tantas despedidas. 


Las ganas de volar y mi vértigo son enemigas, de ahí lo de nunca estar a la altura. A tu altura. Siempre supe que me venías grande cada vez que me llamabas "pequeña". Pero que las camisas que me gustan no me quedan exactamente prietas.

Las canciones siguen siendo ciencias exactas: 
no fue buena idea venir hasta mí

Hasta mi desastre lleno de no te acerques mientras te como la boca. Y quién no quiere ser Caperucita si tú eres el lobo. Me hablaba de árboles y bosques, -nunca lo entendí hasta hoy, como otras tantas cosas- pero yo le dediqué mi jardín favorito: Atocha.

  Estos hecha a base de andenes, Robe. 

Prometo seguir regalándote estaciones, lo jodido es que me pillas en Otoño y todo cae -por su propio peso-, incluyendo mis hojas que no leerás. Nunca verán la luz, tú. Como mi mejor versión, una canción inédita. En tu garganta compuesta a base de versos cosidos en tus dedos. A mi espalda. He vuelto a estar entre la espada y mi pared. Con lo bonitas que eran las paredes de aquel antro, y eso que no me vieron estamparte contra las paredes de aquel hostal.

De no tocarnos hemos acabado hundiéndonos.

 Sólo trato de escribir-te lo que siento, que lo siento. Una vez más he sido menos, ahora que no sé sumar porque no cuento ni conmigo