miércoles, 19 de diciembre de 2012

Re-cuerdos.

Antes de escribir un réquiem quise hacer arte para tus ojos oceánicos, pero en ellos palpé la muerte, dulce, una vez vi que era la única forma de volver a ver tus pupilas en línea recta con las mías.
Esto es réquiem por nosotros, lo que pudimos ser, y no.
Esperándote y amándote desde hace 365 recuerdos,
Daniel.

Día 1

Aquel día como otro cualquiera sonó la balada de despertador. Eran las 07.00. La ciudad amanecía. Todo apuntaba a otro día menos en el calendario. Desayuné aquel tazón de cacao (por aquel entonces amaba el olor a café, pero apenas soportaba su sabor). Me vestí y salí a coger el mismo autobús de cada día. En la parada siempre las mismas personas: aquella madre con su preciosa hija de ojos azules, aquel anciano y esa adolescente cada día con un libro nuevo. Oh, no. Aquel día la parada contaba con alguien más exhalando vaho. Y es que cómo no fijarme en aquella chica del final de aquella parada. Llevabas un vestido rojo a juego con tus labios. Perfecta conjugación. Rojo. Rojo pasión. (Desde aquel día decidí que el rojo sería mi color favorito). Con aquella melena algo alborotada por las prisas y el temporal. Te escondías bajo un abrigo. Pero quien no supo jugar al escondite fueron tus ojos. Estaban lluviosos. Como aquel día. Nunca había visto unos ojos tan tristes y bonitos. Eran abismales. Tanto que me impulsaban a saltar al vacío. ¡Qué bonita locura! Y entonces sucede: tropiezo con tu mirada. ‘Aquel tropiezo amortiguó la lluvia en mis ojos’- dijiste. Cada vez que dices esa frase siento que los abismos no son más que vacíos tentadores.

(Tocan las seis. Estás apunto de llegar a casa.)

En la habitación solo entra la luz que logra colarse entre las rendijas de la persiana. Lleva mucho tiempo a oscuras, su alma y esas cuatro paredes.Sentado en una butaca Daniel mira abstraído una fotografía, solo levanta la vista para mirar hacia el piano, y así pasa las horas. Entre piano y fotografía, sin terminar de ser, en busca y espera de algo que no sabe si llegará alguna vez, porque él ya respira por inercia, porque recuerda cómo hacerlo cuando piensa en sus labios rojos susurrándole entre la marea de sus sábanas, y así está, muriendo por unos ojos que hace mucho que no lo miran. “Al final resulta que me ahogue en la lluvia de tus pupilas, Amor.” Le habla a la imagen mientras no deja de pensar, ni de recordar…

(Son las diez y media Amor, ¿Has perdido el tren? Seguro que es eso. No encontraste la película perfecta para esta tarde de catarsis y perdiste el tren, seguro que es eso…)

Día 27

Por aquel entonces ya saboreábamos las palomitas en las butacas de aquel cine. Siempre atrás. ‘Si te acercas demasiado no lo verás bien y si te alejas demasiado te perderás los detalles.’ Pero aquella distancia era perfecta. Pero nada comparado con tu risa. El ritmo de tu risa. Ay. Serías capaz de mover y parar el mundo con aquella melodía. (Al menos conmigo lo conseguiste).
¿Te acuerdas cuando escapábamos de aquella sala cinco minutos antes de los créditos para inventar un final? (Y es que lo que importa en la mayoría de las historias es el final y no el principio). Algunos finales carecían de sentido. Y es que imaginarse un final que pareciese real asusta. Y es que los finales (reales) te hacen romper los hilos de la trama que te sujeta. Hacen que la vida tiemble bajo tus pies. Y eso acojona.

(Son las seis. Parece que tardas más en llegar.)

Hoy ni siquiera las luces de la ciudad iluminan a Daniel. El televisor lleva reproduciendo en bucle la misma escena horas, pero él no la está mirando, no. Se sabe de memoria los diálogos. Él y ella, protagonistas del filme que grabaron en tantos amaneceres, era su película y él amaba ver como todas las madrugadas ella se fundía a negro como en el fotograma final. El director nunca gritó ¡Corten! y aún así ella ya no está. “¿Es que te cansaste del guión? ¿o te ofrecieron otro papel protagonista en el que no era requisito saber llorar?” No sabe muy bien como ha terminado así, y en un momento de lucidez mira su cara en el reflejo de la pantalla del televisor y no sé reconoce. Daniel, ya no se siente Daniel desde que ella no viene a las seis. Ojeras marcadas que son las únicas marcas que se acuerdan de como gritar y un vacío en el que perderse dentro de unos ojos que una vez fueron verdes porque ella lo quiso así. “Seguro que Neruda escribiría para unos ojos como los tuyos” Suena en su cabeza, y ahora es él el que piensa en que tal vez Neruda sufriría por una ausencia como la que Ella ha dejado en él. Pero entonces la ve a Ella en la playa, con su pelo bailando para él y por el viento, con salitre por la piel y una sonrisa por la que probablemente la Tierra seguía girando, y deja de ser, y vuelve a ese día de verano para sentirse inmortal, y es él el que se funde a negro esta vez.

(Doce en punto, medianoche ahí fuera y aquí dentro. Con mis noches a medias, me pregunto por qué ya no vienes, y por qué desde aquí veo el cielo un poco más gris)

Día 97

Habíamos ahorrado durante meses para conseguir nuestro viaje. Yo siempre quise viajar a una playa desierta. Donde huir del frío. Dónde no sólo sudásemos en la cama. ‘El calor está sobrevalorado’- susurraste. (Tenías ese don de desarmar mis esquemas con pocas palabras. Ay.) Praga. Esa fue tu elección. A pesar de que era Diciembre, escaseaban las horas de sol y abundaba el frío.Entonces aprendí que el dónde y el cuándo son secundarios. Lo que importa es el Quién.

 (Hoy suenan las seis. He decidido esperar.)

Nieva en la calle y dentro del estudio Daniel ve los copos caer como decepciones acumuladas por esta espera que le mata. No sabe qué día es, pero es irrelevante, él ya no vive por ese calendario anclado a la pared. Ahora, el está en ese día en Praga. No recordaba la nieve tan triste. Ve en cada copo un recuerdo, y cuando estos se funden con lo gris del asfalto se ve a él.
Se enciende otro cigarrillo sentado en el alféizar y pensamientos de saltar al vacío se pasean por su mente. “No, no puedo irme. Si me voy, nadie estará en casa cuando ella llegue.” La espera y el tabaco lo están matando, pero también son lo único que le dan vida. “Tengo que esperarla, son las cinco y media, no tardará en llegar.” Y la esperanza de escuchar sus pasos a su espalda se consume, a la vez que el cigarrillo. Y Se apagan a la vez.

(Pero hoy tampoco llegas, y el asfalto me llama diciéndome “ven, ven, ven.” Pero sé que tú no estás ahí.)

Día 159

Este día no sería uno menos en el calendario. Aquel día decidiste que no tenía derecho de romper tu tristeza sostenida. ¿Cómo se le puede arrebatar tal derecho a quién amortiguó tu lluvia? No. No. Y no. Me negaba a abandonar. Tú. Tú lo eras todo. (Y el Todo se queda corto). En mi pantalla no había hueco para ‘game over’.
No entiendo como alguien que te dio la vida te la puede romper por un par de copas. ¿Cómo se puede tener el valor de arrebatar la dignidad a una niña?Odiabas el ron. Y es que ese cabrón ahogó tu inocencia en una noche. Tú eras mi tristeza sostenida.
Aquella noche había un diluvio en mi interior. Y un mar en tus pestañas.‘Llámame, te quiero escuchar.’ Descolgué el teléfono. Estaba cansado de verte llover. ‘Ya estoy aquí. Para siempre. No soporto más noches así. No sin ti.’. No lo podría soportar. Nunca vi unas ruinas tan abismales, reina.

 (Tic-tac. El tiempo tiene prisa. Tocan las seis.)

Hoy Daniel recuerda un capítulo de su historia que una vez quiso olvidar, y cuando piensa en ella así se le cae el alma al suelo, hecha pedazos. Nunca recordó una mirada más triste que esa, unos ojos que granizaban. Esa noche ella fue hielo de Helsinki, y él se perdió en la aurora boreal que prometía un mañana mejor.
Mira la botella vacía en la mesa y no hace más que vomitar recuerdos. “Yo no estoy bebiendo para olvidar, sino para volver a verte. Me acuerdo del ron de esa noche, y quiero volver a verte. Pero no como. No así. Sino como el día en la playa, ¿te acuerdas? Déjame quedarme a vivir en ese día, el Sol en tu piel era mi motivo. No quiero volverte a ver ahogada pidiéndome que no me marchara, nunca lo pretendí. Y sin embargo soy yo ahora el que te busca, y ni rastro de tu amor, Amor.”

(Está demasiado borracho como para saber si son las once de la mañana o de la noche, pero sabe que hoy tampoco ha venido…)

Día 256

Aquel día me enseñaste tu melodía. Esas frágiles manos acariciando el piano. Pensé que me iba a romper en cada nota. ‘Follemos en forma de canción.’ Y entonces me enseñaste a acariciar aquel viejo piano como aprendí a acariciar cada gramo de tu piel. Tropezando con tus lunares en forma de ‘sol’. Tus ojos abismales fueron la partitura perfecta. Fuimos millones de notas infinitamente diferentes conjugándose de forma armoniosa. (Suena nuestra canción).

(Ese reloj no deja de sonar. Las seis.)

El piano no ha dejado de sonar desde hace días. Daniel ya no duerme, no come, y respira a medias porque el tabaco le está pasando factura. Él, que fue músico para su musa, pasó más de mil horas entre partituras solo para ella. Ahora ella no está, pero aún puede componer desde el recuerdo. “Si le escribo una sinfonía, ella seguirá aquí conmigo. No podrá irse jamás.”
Las montañas de pentagramas se amontonan y Daniel se ha perdido del todo. Empieza a escribir por las paredes los movimientos que le parecen más oportunos para el preludio de su obra, sus dedos empiezan a entumecerse y se niegan a seguir tocando y su mente también ruega por un descanso, pero él no parece sentirlo, el dolor físico es fácil de ignorar si es provocado por la búsqueda de alivio para un dolor que no se ve, pero que le ha costado más de lo que tenía. Más de lo que nunca llegará a tener.

(Hoy no se para a ver el reloj, componer es más importante que recrearse en Ausencia.)

Día 365

Después de amontonar tantos recuerdos te he perdido encontrándome. Supongo que ya van a ser las seis. Tras tanto darle cuerda de forma inversa a este corazón voy a terminar rompiendo su mecánica. Y se me ha olvidado como darle cuerda en forma de canción. Está oxidándose como mi mirada. Sin embargo, ese reloj tiene complejo de infinito. No necesita cuerda. Y su tic-tac me está volviendo re-loco y yo estoy empeñando nuestros re-cuerdos. Y la cuerda aprieta. Tic-tac. Son las seis. No se me han agotado los recuerdos, pero este corazón no tiene complejo de infinito. No sin  tus ojos abismales. No vas a volver. Y es que nunca te has ido.

(Hoy el reloj llora, no quiere dar las seis.)

Todo acabó para Daniel en menos de un minuto. Horas de espera, de sufrimiento, de hacer arte por y para Ella, todo murió con él en menos de sesenta segundos. Una foto con una cara conocida en el periódico. Algo que no debió haber visto, pero él necesitaba papel en el que seguir escribiendo corcheas y semicorcheas y la página de sucesos era lo que más cerca estaba. Un día, 21 de febrero, hace un año. Un accidente, Tragedia llamó a 21 puertas diferentes ese día, una era la de Daniel. Un tren que descarriló. Unos labios rojos, rojos pasión, su color favorito. Un nombre que lo hace volver a la realidad.
Mira con pánico esa habitación, ve como se ha hundido en ella. Recuerda hace un año como recibió la noticia, como se negó a aceptarla, viviendo de 365 recuerdos diferentes estos 365 días en los que no ha hecho más que morir. Piensa en la sinfonía, ha terminado su obra cumbre. Solo le falta ponerle un nombre. Los pensamientos y recuerdos se agolpan en su cabeza, un 21 de Febrero logró huir, pero hoy no se ve con fuerzas para volver a olvidarlo todo.
Es hora de acabar con todo, no va a volver, nunca lo hará. Ve las partituras esparcidas por el suelo y decide que ponerle punto y final a lo único que le queda.
 “Réquiem por nosotros” y entonces desde el alfeizar de su ventana va hacía lo único que lo llama desde que ella no viene a las seis, el asfalto

2 comentarios:

  1. Bless. Hoy he abierto El Principito, y he pensado: "esta vez va por Bless, y por una infancia" y entonces, entonces ha sido cuando te he echado en falta.

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