No es que te haya
dejado de beber, si no que esquivo todas las resacas que nunca compartiremos.
Pero dame cama que se me agotan los sueños mientras yo me reinvento. El
precipicio de nunca caer. Y siempre terminar en el principio del bucle que
nunca tuvo lugar. Como yo en tus planes. Le estoy escribiendo al pasado que ya
no tiene futuro. No sé cómo he podido volver a caer en la trampa del no
olvido. Del reabrir heridas como pasatiempo. Que nunca se queda y siempre pasa.
De largo. Supongo que al final los trenes sí que existen, pero los andenes
también. Y yo no me canso de quedarme a dormir en ellos con el rencor de que
un día seas tú quien me despierte.
He dejado de todo
contigo, en serio. Incluso de esquivar tu recuerdo más allá del ocaso que
creaba la atmósfera maloliente de alcohol. Todo eso que dicen de reinventarse
o morir hace tiempo que se me clavó en el fondo de todo tu ser. Porque sí,
sigo estando aunque tú te tapes esos ojitos que sabían a huida fugaz. Menos
mal que me reconocí como egoísta frente al mundo y rompí todos los espejos
para no vernos. Digo menos mal porque así todas las balas estarán a salvo
esperando impacientes el día que decida darles uso. El precipicio de nunca,
doler. Y el de siempre terminar, en el bucle con más miseria del lugar. Como
yo en tus sábanas, escribiendo el futuro que jamás hubiera pasado. ¡Qué
incrédula la esperanza anudada al pecho! No sé cómo he podido con tanta
trampa. Mía contra mí. Pero todas las heridas cerradas, ya. Tanta disposición
ofrecí a mi mente materializando una idea superflua más allá de pesquisas
exentas de epidermis muerta hasta que aprendí a quererlos, con sus retrasos y
sus manías de llevarse ese olor en andenes. Aunque siempre los de enfrente.
¡Qué estúpidos los
trenes sin efectuar parada en la estación de la desidia!
No sabías querer y se
te pudrió el corazón. De eso me alegro, porque aunque me vaciases por
completo me quisiste también. Y eso no volverá a ser así. De eso me alegro.
Tantos planes que hicimos juntos y ahora estás haciendo realidad con otra. Por
eso ya no te quiero, porque el rencor supera con creces cualquier ápice de
otro sentimiento. Muerto. Todos muertos, menos las ciudades de mierda, que me
elevan mucho más. De lo que tú nunca, hiciste. Menos mal que me desenamoré
de ti, para enamorarme de mí.
Escucho a Lana e invoco a mi mejor yo. A la inmortal de tantos rotos. Me siguen sobrando gente y
faltando balas. Ojalá de verdad voléis y sea por los aires. Yo me quedo en mi
eterno vendaval. No me habléis de aire si nunca os ha respirado en la nuca.
Pidiendo más. Siempre va a más. Incluso la decadencia. Cuando crees que ya
está tan roto como para poderse romper te dan las seis. Araño techo como
intentando demostrar que sólo se trata de narcolepsia. Voy a despertar. Voy a
saltar al vacío con los ojos abiertos. Para cerrada ya estoy yo y sigo sin
tener ningún mérito. Descosiendo los descosidos. Retando al desastre. No sé
de constantes y mucho menos de las vitales. Y me late que esto sólo es una
bienvenida más despidiéndose. Más puertas y sus sucesivos portazos. En eco.
He creado mi propio techo aracnoideo reventándose por toda la presión con
noches en las que me trepo las telarañas. Me recreo como un puto niño. Juego
conmigo. Como tratando de ser el dios en el que nunca creí. Porque yo sola me
sé crear. Autodestrucción. Benditos bucles podridos que apestan
manteniendo cerca mis arcadas, pero lejos de vuestras narices. Asómate y
tírate, no pienses en el paracaídas, no lo vas a necesitar: aquí dentro nunca
se deja de caer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario