viernes, 4 de julio de 2014

Todos los precipicios llevan a la misma resaca.

No es que te haya dejado de beber, si no que esquivo todas las resacas que nunca compartiremos. Pero dame cama que se me agotan los sueños mientras yo me reinvento. El precipicio de nunca caer. Y siempre terminar en el principio del bucle que nunca tuvo lugar. Como yo en tus planes. Le estoy escribiendo al pasado que ya no tiene futuro. No sé cómo he podido volver a caer en la trampa del no olvido. Del reabrir heridas como pasatiempo. Que nunca se queda y siempre pasa. De largo. Supongo que al final los trenes sí que existen, pero los andenes también. Y yo no me canso de quedarme a dormir en ellos con el rencor de que un día seas tú quien me despierte.

He dejado de todo contigo, en serio. Incluso de esquivar tu recuerdo más allá del ocaso que creaba la atmósfera maloliente de alcohol. Todo eso que dicen de reinventarse o morir hace tiempo que se me clavó en el fondo de todo tu ser. Porque sí, sigo estando aunque tú te tapes esos ojitos que sabían a huida fugaz. Menos mal que me reconocí como egoísta frente al mundo y rompí todos los espejos para no vernos. Digo menos mal porque así todas las balas estarán a salvo esperando impacientes el día que decida darles uso. El precipicio de nunca, doler. Y el de siempre terminar, en el bucle con más miseria del lugar. Como yo en tus sábanas, escribiendo el futuro que jamás hubiera pasado. ¡Qué incrédula la esperanza anudada al pecho! No sé cómo he podido con tanta trampa. Mía contra mí. Pero todas las heridas cerradas, ya. Tanta disposición ofrecí a mi mente materializando una idea superflua más allá de pesquisas exentas de epidermis muerta hasta que aprendí a quererlos, con sus retrasos y sus manías de llevarse ese olor en andenes. Aunque siempre los de enfrente.
¡Qué estúpidos los trenes sin efectuar parada en la estación de la desidia!
No sabías querer y se te pudrió el corazón. De eso me alegro, porque aunque me vaciases por completo me quisiste también. Y eso no volverá a ser así. De eso me alegro. Tantos planes que hicimos juntos y ahora estás haciendo realidad con otra. Por eso ya no te quiero, porque el rencor supera con creces cualquier ápice de otro sentimiento. Muerto. Todos muertos, menos las ciudades de mierda, que me elevan mucho más. De lo que tú nunca, hiciste. Menos mal que me desenamoré de ti, para enamorarme de mí.

Escucho a Lana e invoco a mi mejor yo. A la inmortal de tantos rotos. Me siguen sobrando gente y faltando balas. Ojalá de verdad voléis y sea por los aires. Yo me quedo en mi eterno vendaval. No me habléis de aire si nunca os ha respirado en la nuca. Pidiendo más. Siempre va a más. Incluso la decadencia. Cuando crees que ya está tan roto como para poderse romper te dan las seis. Araño techo como intentando demostrar que sólo se trata de narcolepsia. Voy a despertar. Voy a saltar al vacío con los ojos abiertos. Para cerrada ya estoy yo y sigo sin tener ningún mérito. Descosiendo los descosidos. Retando al de­sastre. No sé de constantes y mucho menos de las vitales. Y me late que esto sólo es una bienvenida más despidiéndose. Más puertas y sus sucesivos portazos. En eco. He creado mi propio techo aracnoideo reventándose por toda la presión con noches en las que me trepo las telarañas. Me recreo como un puto niño. Juego conmigo. Como tratando de ser el dios en el que nunca creí. Porque yo sola me sé crear. Autodestrucción. Benditos bucles podridos que apestan manteniendo cerca mis arcadas, pero lejos de vuestras narices. Asómate y tírate, no pienses en el paracaídas, no lo vas a necesitar: aquí dentro nunca se deja de caer.


No hay comentarios:

Publicar un comentario