jueves, 8 de mayo de 2014

Más de dieciocho primaveras suicidas.

He vuelto a escuchar nuestra canción y ya no suena. Mis comisuras arqueándose, digo. Al igual que no se arquea tu espalda al besar cada una de mis vértebras. Para perder algo primero te lo tienes que ganar. Y a mí me ganaste. Imagina qué parte toca ahora. Pero las mil que soy ni pensarlas. Los sueños se destiñen al Sol de tanto estar en remojo. Como un día estuvieron mis labios por culpa de los tuyos. Más abajo.

Dime que vamos a retroceder sólo con la excusa de coger impulso. Hacia arriba. Estrellarnos en el cielo que inventemos cada día. Con su noche. Vais a menos y yo cada día voy exigiendo más. Dónde guardas los excesos que un día me diste y mis manos no abarcaron. Necesito rasgar tu piel a ver si hoy sí premia la suerte. De tenerte cerca. Mi día favorito no es vie-r-nes, sino tú: mi día de suerte.

He vuelto a bailar nuestra canción sola en mi habitación mientras sonaba en mi cabeza. La cama dando en la pared, a ver. No quería que te acabaras nunca, te bebí entero de un trago. Te besaba la nuca mientras mis tetas se asfixiaban en tu espalda. Mientras me leías hasta el fondo como si de morse se tratara con tu dedo, corazón. Tantas idas y venidas, que nos acabamos perdiendo en distintas partes. Desgraciadamente. Me lo he replanteado mil veces, en serio. Y si tuviese que irme a una isla desierta me llevaría las ganas de vivir que me pusiste en la boca y me dejaría las bragas, la vida e incluso los ritmos que nunca he sabido seguir.

La misma ciudad que me mata me da la vida, pero de nada me sirve guardarla en una caja de cristal si lo transparente me da tirria. Todos los excesos que regalaste cuando la luna no miraba, no sé donde están. Como tú. Necesito darme una tregua y liberarme de ti, de una vez. Por mí y por todas mi compañeras, hablo de las primaveras que no he podido oler mientras estaba anulada esperándote al margen. Necesito reiniciar toda la suerte y metérmela. Vía intravenosa.

¡Dios! Ni el tamaño de mis venas ayudan. Y otra vez. Tus manos rondando por mi cabeza. Mi lengua por la tuya. Pero...

Hemos bailado en la azotea de mi cabeza. Donde no se escuchaba nada más que mis latidos menguando. A la misma velocidad que un día crecimos. Déjame morir en paz. Aunque ya no seas tú quién me resucite. He llorado de aquí a todas las veces que ya no lo haré. Más amargo que el camino de vuelta. Pero yo ya me he ido.

No. Y no. De verdad que no. Nunca se me dieron bien las despedidas. No, me cojas del brazo o te mato. Qué cómo se mata a la vida, a saber. A sabor a ti. A saber de ti. Lo siento, pero ni me gustan ni sé tratarlas. Dan los abrazos más fríos que nunca me hayan dado. Y qué asco. Como eso de que el último cigarro no se le doy a cualquiera, pues con las despedidas igual.

Hay cosas que ya eran bonitas antes de que nadie hablará de ellas también me parece que hay situaciones de las que no hay que despedirse nunca. Llamadme egoísta, que me pone a mil. Kilómetros por segundo. Ojalá. Las metía a todas en una bolsita y las quemaba. Para observarlas agonizar mientras me masturbo en algún rincón del Sol.

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