lunes, 5 de mayo de 2014

Trescientas setenta y cinco -salva- vidas.

No me habléis de soñar con los ojos abiertos si nunca habéis tenido los suyos. Soñar despiertos para un día soñar en la misma cama. 
Es toda mi calma. Mis ganas de comerme el mundo empezando por su boca y caer en un bucle infinito de noches donde amanecemos. Cambiando estrellas por lunares y lunas por hoyuelos

Casualidades que te besan porque llevan su nombre. 
Pero que ojalá nunca sé lo lleven a Él. 
Y en todo caso y sin emergencia: contigo

Sé lo que es estar sin mí porque he estado sin ti. Aunque siempre eres. Fuiste. Y serás. Necesito romper planes antes de que ellos nos rompan a nosotros. Inventar Madrid desde cualquier garito bebiendo de sus poros. Su risa estancada. Sin dejar de sonar. Y así quién es el valiente que no quiere bailar por otras trescientas sesenta y cinco vidas más. 
Llegó, venció y se quedó. Hemos derribado muros para no ser escombros. Inventando primaveras en pleno Febrero para no olvidar Mayo. Y sus ganas de deshacerme entre cualquier sábana. Empapada de ron. Y de ti. Hemos aprendido a bailarle el agua a toda la lluvia. Reinventándome las tormentas de verano. Desde mis piernas. Hemos acelerado para no frenar nunca más. Si me tengo que estrellar, ya sabes, contra el cabecero de tu cama. Aún no conozco el techo de tú habitación y ya sé que sabe a cielo. Como el de tu paladar. Como tú. 
Por todas estas guerras. Por no perder -me, te, nos-. Prométeme que vamos a seguir guerreando por un trocito más de vida. Entre tus dedos. Entre mi pelo. Entre tu espalda y la pared. 

                                                                                                    Eternos, mi suerte.

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